miércoles, 30 de abril de 2014

Divertidos relatos centroamericanos. Flores oscuras, Sergio Ramírez


Alfaguara, 2013

      Dos fueron los motivos para adquirirlo, a saber: el autor es nicaragüense, un fiel representante de las letras centroamericanas de las que no he leído casi nada y, además, me lo ofrecían por mucho menos de su valor de mercado en una tienda de libros usados. Éste, sin embargo, era nuevo. Desconozco los pormenores de cómo llegó hasta allí, pero no dudé a la hora de decidir.

      El libro compila una docena de relatos que tienen como ambientación la cultura tropical de los países de la región, abarcando Nicaragua –principalmente-, El Salvador, Costa Rica y Guatemala, incluyendo observaciones de trasfondo mexicano.

     Una reunión entre un hombre y su conciencia; los problemas conyugales entre un tragafuegos y su esposa ecuyere; las alternativas de una pandilla de dos; el triste fin de un ex-guerrillero; la aparición del diablo en una pareja de novios de cierta edad y hasta la posible presencia de un Judas moderno en medio de un museo, entre otros tópicos, son los elementos constituyentes con que Ramírez despliega su arte basado en propuestas insólitas, transformando un hecho cotidiano en un fenómeno poco usual.

         Con buena dosis de humor, cierta pizca de ironía, algo de realismo mágico y sutiles toques de deja vu, esta colección entretiene a la vez que expone la realidad de estas sociedades, que se debaten entre la desidia, el hábito y las ilusiones de un futuro mejor. Sus protagonistas son héroes de barro, personajes de un origen casi barrial, sin aspiraciones de fama ni veleidades de divos, que asisten a los hechos que conforman sus vidas como espectadores, sin poder imprimirle un giro que los conduzca hacia donde desean.

            De estilo coloquial, con buena dinámica y óptimo contrapunto en los diálogos, cada uno de los cuentos resume una identidad social que mucho tiene que ver con secretos a medias, conflictos personales y una forma de ver la vida entre cómica y trágica. El conjunto se lee rápido, dejando un sabor alegre.

viernes, 25 de abril de 2014

Lirismo y emoción. El niño perdido, Thomas Wolfe


Periférica, 2011

            Han sido muchos los lectores que habían desgranado sus páginas, haciendo todo tipo de comentarios, desde los más entusiastas hasta los más críticos. Lo apunté cuando me encontré con las líneas de Marisa y fue una suerte el hallarlo el pasado junio. No me quedaba más que hacer la propia experiencia.

           Al concluirlo, me di cuenta del por qué de ese abanico de percepciones encontradas que han circulado por la blogosfera a lo largo de año y medio. Wolfe evoca a Grover, su hermano -que contaba con doce años cuando murió- en el entorno de la Exposición Universal de 1904. Y lo hace a través de cuatro partes en las que ensambla una breve descripción de ese niño –al que no ahorra cualquier calificativo positivo-, la mirada retrospectiva de la madre, la historia de su muerte narrada por su hermana y las propias sensaciones del autor que, en su intento de cerrar aquella historia, visita nuevamente la casa en que vivían más de treinta años después.

            En lo que hace al estilo, Wolfe escoge palabras que transmiten la profunda emoción y el doloroso embargo que supone el deceso de aquel de quien se espera una larga vida honrada y digna, merced a las excelentes cualidades personales. En este sentido, el libro posee un profundo carácter sentimental, sin sensiblerías, rayano en el lirismo más propio de la poesía. Y es éste su mayor acierto, puesto que el lector adhiere empáticamente con los sentires de los personajes.

            Del otro lado,  está la verdadera historia. Un pequeño amable, juicioso, fiel es descripto por todos aquellos que le han conocido. Pero resulta un motivo bastante limitado a la hora de configurar una novela en base sólo a ese elemento, unido al entorno geográfico que acompaña su evocación y a la mirada de un hermano que pretende despojarse de esas imágenes recurrentes a lo largo de los años.

       No obstante, el libro resulta fluido y, por momentos, capaz de emocionar susceptiblemente al lector, por más que no tenga una propuesta mayor que el simple recuerdo, en una alternancia de enfoques de las que Wolfe se vale para componer un relato que no supera el centenar de páginas. Una lectura que se disfruta doblemente, por lo conmovedor y por lo breve.

domingo, 20 de abril de 2014

Sin mañana. La carretera, Cormac McCarthy


Mondadori, 2007

            No recuerdo la razón que me llevó a interesarme por este libro, pero en un suelto aparecido en una revista dominical se lo ponderaba; era el ganador del Premio Pulitzer 2007. Seguramente lo elegí para esclarecer la dicotomía: ¿es meritorio el galardón, o se lo promueve a raíz del mismo?

            Hemos pasado por todo; por dos guerras mundiales –bombas atómicas incluidas-, alguna doméstica –que prefiero no recordar-, la Guerra Fría y otras sin tanto renombre y sin embargo seguimos aquí. La Tierra, como sabemos, no explotó, no se desintegró ni desmaterializó. Por consiguiente, rescato que nos resta un cierto grado de cordura y sentido común para seguir alentando la ilusión de que este mundo mejore. Entonces, ¿por qué impregnarme de angustia y desespero?, ¿acaso no tuvimos ya bastante en este siglo que pasó?

       Adquirí nociones elementales sobre lo que nos podría suceder si decidimos exterminarnos de la faz del planeta como raza, condenando a los demás seres vivos a acompañarnos en nuestro propio holocausto. Me basta con ponderar los post - efectos de una Guerra Nuclear, el tan temido ‘invierno nuclear’ que hace muchos años Carl Sagan se encargó de divulgar a los mortales a través de sus investigaciones y conjeturas. No me siento preparado para asumir el protagonismo de ser uno de los pocos supervivientes a la desaparición de la vida tal como la conocemos.

            McCarthy intenta convencerme de que no hay salida. ¿Qué pasa contigo si nada de lo que conocías queda en pie? Ni familia, amigos, trabajo… NADA. Ya no existen fábricas de producción, no queda alimento disponible y la radiación residual todo lo contamina y lo condena a muerte. La ceniza es la reina heredera de los otrora seres vivos. En medio de esta situación extrema, ¿qué haces con tu hijo de pocos años?, ¿lo asesinas o te lo comes? He ahí el dilema de este deprimente libro.

         No solo la descripción del autor promueve un relato desesperanzador; su estilo descarnado impide cualquier intento de fuga y su naturaleza quirúrgica refuerza la sensación de agobio. No hay dónde ir. Es un presente sin mañana. En medio de esta circunstancia, un padre y un hijo se debaten en la manera de alargar sendos tiempos de vida. Ambos, con las pocas cosas que pudieron rescatar de su lugar de origen y con aquellas que podrán encontrar a lo largo de su periplo, enfilarán hacia el sur en busca de otros vientos que traigan nuevas oportunidades, nuevas esperanzas si es que alguna queda. Ambientado en los E.E.U.U., la propuesta es desoladora.

            Imagino que el autor ha intentado transmitirnos las posibles consecuencias de un exterminio tan descabellado como absurdo. Y lo hace con gran eficacia, de manera que apuntemos los riesgos reales que como género humano habría que asumir si decidimos autoeliminarnos por esta vía. Mas el producto final no resulta grato, ni en su contenido ni en su mirada. Respeto la claridad y concisión de las rotundas imágenes que utiliza para esos fines, pero la angustia que genera no lo hace apto para lectores sensibles. No obstante, cumple bien su misión y justifico su crudeza y brutalidad si el objetivo es que sirva de advertencia.

            Pero hay algo más. McCarthy nos inquiere sobre qué posición tomaríamos si el mundo se acaba mañana. Mas la pregunta no es inocente: su formulación tanto como sus páginas huelen a miedo. El miedo de quien ha tomado conciencia de que es vulnerable. Adiós omnipotencia de ‘the Estates’. Adiós al ‘estado gendarme’. Ese miedo en el pensamiento de Cormac se vuelve transparente: “En cualquier momento, se nos abalanzan y ‘nos la dan’. Este ya no es un lugar seguro. ¿El mundo? No, nuestro mundo, los E.E.U.U. También nosotros podemos desaparecer. De hecho, tengo la sensación –real- de que estamos primeros en la lista. Entonces, mejor es enmascarar nuestros miedos y exponerlos como ‘causa de la Humanidad’, tal cual lo hacemos desde Hollywood. Seguimos siendo los ‘buenos chicos’, ¿recuerdan?”

                No, no son los buenos chicos. Y lo que han descubierto desde el 11 de Setiembre de 2001 es algo con lo que todo el resto del mundo hemos vivido después de Hiroshima y Nagasaki. Bienvenidos al club. Tus causas, Big Brother, no son las nuestras. De la misma manera que ‘Twelve Years a Slave’ sólo puede ser premiada en tu país pues, afortunadamente los negros, los chinos, los musulmanes, los hispanos y todo aquel extranjero que oficie de distinto, para éste y otros muchos países siguen siendo lo que son: personas. Ya tenemos bastante con intentar ser nosotros mismos como para que nos involucres en tus objetivos. Gracias, pero esta vez pasamos. 

martes, 15 de abril de 2014

Pasión por las letras. Stoner, John Williams


Baile del Sol, 2012

            Viene haciendo mucho ruido en la blogosfera desde hace tiempo; de hecho, lo compré un año atrás. Parece ser que el gremio librero –constituido por asistentes de ventas muchos de ellos estudiantes; lectores adictos todos- había detectado su resurrección desde el olvido y no hubo uno de aquellos más allegados a mi que no lo endiosara hasta la canonización y beatificación. Como me reconozco miembro de esta religión, no podía eludir tantos buenos comentarios.

            William Stoner nació en 1891 en una granja cercana a Missouri. Su vida ha sido un fantástico resumen de lo que se esperaba de él: colaboró con los trabajos de la granja junto a su padre en medio de una pobreza digna; estudió en la universidad; contrajo matrimonio; tuvo una hija; dedicó su vida a enseñar. No se enroló en la Primera Guerra Mundial, cuando sus mejores amigos sí lo hicieron. Vive una vida acomodada. Descubre el verdadero amor a través de una de sus colegas, a la que aventaja notoriamente en edad. ¿Qué otra cosa podría pedirle a la vida?

            Y sin embargo, Stoner no es feliz. La vida, esa ansiosa que reclama decisiones todos los días, lo ve cumplir con las reglas sociales pero sin imprimirle el carácter que se espera de una persona que toma control, dominio absoluto de su futuro. Más bien, él parece dejarse fluir por el acontecer, sin comprometerse con las imprescindibles resoluciones que hacen la diferencia entre los que meramente pasan, de aquellos que merecen ser recordados.

            El único refugio contra la mediocridad, la renuncia, el apego a la ‘normalidad’ son las letras. Enseñar letras implica dejar la abulia para convertirse en protagonista. Si existe un lugar donde Stoner puede ser él mismo es frente a su clase, libros en mano, y en sus lecturas. No importan los avatares de la docencia: aplazo de un prohijado por el Jefe de Carrera –con el común argumento de que ‘es discapacitado’, como si eso confiriera de por sí idoneidad-; el consiguiente traslado a una cátedra sin trascendencia y la revancha a través de un horario improcedente.

            A la larga, cuanto más se empecina en luchar contra los molinos de viento del sistema, más aislado se encuentra. Una esposa despechada que confronta, una hija -absorbida por la madre- con quien no comparte charlas ni el tiempo necesario para verla crecer, son tópicos familiares –bastante extendidos hoy, por cierto- que acompañan a la falta de reconocimiento de la tarea docente del protagonista, unido a la espera de su jubilación, que liberaría a la Institución de sus exigencias para con el alumnado y determinaría la renovación y modernización del área.

            La vida ni siquiera le deja a Stoner la posibilidad de elegir cuándo retirarse… y morirse. Vive su vida –y su muerte- como algo ajeno a sí, como una ocurrencia del destino justo en el momento de mayor relieve personal. La agonía, presente en todo el texto, conduce a un final desvaído y delicuescente.

        Un libro conmovedor, bien escrito, con una composición magistral de la psicología de sus personajes centrales, ideal para aquellos que ejercen la docencia y para el entorno familiar, que a través de estas letras podrán interpretar mejor el sentir de quienes poseemos vocación y nos apasiona educar.

jueves, 10 de abril de 2014

Cuestión de fe. Vida de Pi, Yann Martel


Destino, 2003


          Este libro se me apareció en 2010, mientras promediaba mis estudios de inglés. En nuestro texto para estudiantes, la clase tuvo que leer un párrafo incluido en el mismo y debo confesar que la historia me resultó atractiva. Luego vino una recomendación que sobre este libro formuló Barack Obama, que rescató mi antiguo interés; tras ello abrevé en las líneas de Silvia y, finalmente, se presentó el film en 3D, que no vi. Me costó hallar un ejemplar puesto que se habían saldado, pero la insistencia y la fortuna me brindaron una oportunidad bajo la búsqueda de libros usados. No la desperdicié.

            Piscine Molitor Patel –Pi Patel- es un jovenzuelo de dieciséis años que colabora con el trabajo de su padre, director del Zoo de Pondicherry, un poblado al sur de la India. Debido a problemas con el gobierno de Indira Gandhi,  éste decide deshacerse del zoo y emigrar al Canadá con su familia. El imprevisto naufragio del buque que los transportaba arroja a Pi sobre un bote salvavidas con la compañía de una cebra con una pata rota, un orangután, una hiena… y Richard Parker: un tigre de bengala de más de doscientos kilos. Junto a ellos, deberá compartir las alternativas de un viaje a la deriva durante más de siete meses en altamar, hasta arribar a tierra firme.


El elemento disparador

       El libro se divide en tres partes. En la primera, el singular protagonista nos relata en primera persona su historia de vida y la de su familia. Así, nos explica su esencia religiosa, que lo llevó a ser brahmán, musulmán y cristiano a la vez, debido a su amor a Dios. En la segunda, nos narra las peripecias de su travesía, su desesperación y angustia que surgen de la convivencia con semejantes compañeros y los avatares de la provisión de alimento y agua dulce. Por último, la tercera parte es la transcripción de la entrevista que tiene lugar entre Patel y los representantes de la empresa naviera responsable de su transporte, en el hospital donde se recupera, tratando de encontrar una explicación plausible al hundimiento.

          En casi la totalidad del volumen, Martel nos expone las circunstancias del acontecer de Patel; pero al final, cuando se cuestiona la veracidad de los hechos, nos brinda otra, mucho más creíble pero más terrible. ¿Con cuál nos quedamos?, ¿con la ‘historia oficial’ o con la que podría ser real?, ¿qué somos capaces de aceptar? Un final abierto corona una propuesta que tiene algo de aventura, algo de fantasía, mucho de estudio del comportamiento humano y animal y una cuota de creencia religiosa. Parece que todo se resume en una cuestión de fe.

          Un libro distinto, coloquial y fluido, con matices y giros que tienden a involucrar al lector en la toma de decisiones o en la empatía para con su protagonista. Entretenido, dramático y que da para reflexiones. ¿Se necesita algo más?

sábado, 5 de abril de 2014

Huellas dactilares. Piezas en fuga, Anne Michaels


Alfaguara, 1997

          Lo puse dentro del morral al seleccionar qué libros llevaría en mis merecidas vacaciones. Dio la casualidad que Esther –quien descubrió este título- se comunicó conmigo por vía privada y me recordó que aun lo tenía pendiente. Sentí que era la ocasión de dejarme acompañar por otros lectores amigos, que me han sugerido algo más que buenos títulos y lecturas, y cargué con varias propuestas aparecidas en otros espacios.

            Jakob Beer, un niño de cinco años, juega con Bella, su hermana mayor, una noche de otoño de 1939, en las cercanías de las ruinas de Biskupin, Polonia. La irrupción de soldados alemanes que capturan y se llevan a toda su familia, sólo dejan un resquicio en una pared para Jakob, que tras largo deambular termina ocultándose en el barro de Biskupin. Allí lo encuentra y protege un arqueólogo griego, Athos Roussos, quien lo transporta a su casa -ubicada en una isla griega- y lo educa, en medio de mapas, libros, objetos de arte y piezas botánicas.

          El volumen se divide en dos partes. La primera narra las alternativas de Jakob y Athos desde su salida de Polonia hasta establecerse en Toronto, Canadá, a cuya universidad es convocado Athos para enseñar. El aprendizaje de idiomas –para lo que cuenta con especial habilidad- permite a Jakob encontrar un modo de ganarse la vida. Hacia la muerte de Athos, Jakob comienza a dedicarse a la poesía, que encarna la memoria de aquellos que se quedaron sin voz debido al horror nazi.


Anne Michaels en Bahía Tacul, Bariloche, Argentina

            En la segunda parte, Ben, un profesor de meteorología de origen judío en contacto con Salman -amigo de Jakob-, es enviado a rescatar los cuadernos que quedaron en la lejana isla griega, a la inesperada muerte de éste y de su esposa. Relatadas en primera persona las peripecias del viaje, unidas a la propia historia familiar de Ben –hijo de padres que sobrevivieron al Holocausto- y su admiración por la poesía de Jakob, la trama deriva en un reencuentro entre generaciones, donde el común denominador es la identidad, el sentido de pertenencia a una comunidad que, como una huella dactilar, imprime su sello allí donde vaya. Una huella en la que sus miembros se reconocen, independientemente de la geografía, el lenguaje y las fronteras.

          Escrito en estilo ameno y coloquial, el libro no omite descripciones de los hechos sucedidos dentro de los campos de concentración nazis, imágenes que pueden conmover y herir al lector sensible. Michaels, en base a investigaciones, ha sabido construir entre estas dos historias un puente que supera lo anecdótico y nos lleva a descubrir cuán importante puede ser la vida de otros seres en la propia cuando el pasado común se presenta como una marca de nacimiento.

            Una obra que no solo resulta agradable a la comunidad judía en general, sino que la humanidad que destilan sus páginas, con una multitud de frases que entrañan conocimiento y experiencias de vida, se ofrece a todos aquellos lectores que conservan en la memoria sus propias raíces.

             Una lectura que se disfruta mucho más si, en tono bajo mientras se lee, transcurren los acordes de la sinfonía n° 2, de Gustav Mahler, ‘Resurrección’. Nada más apropiado.