lunes, 29 de septiembre de 2014

Estéreo Transatlántico 3. Colección de horrores nazis. Medallones, Zofia Nałkowska


Minúscula, 2009

           Conexión. Es la única palabra que acude a la hora de interpretar los hechos. Este título salió a relucir cuando Agnieszka -que emitió su opinión aquí- decidió descender a los infiernos del nazismo. No pude conseguir el libro de Borowski que recomendaba, pero éste estaba disponible. No medió comunicación ninguna entre ambos –aunque yo le sugerí que me avisara-, pero lo leímos en el mismo momento.

            Después de viajar al Holocausto judío con Kertész, había una lógica consecución con el tema, pues completaba de algún modo lo sucedido. En aquél, se narraban los horrores de Auschwitz y Brunewald; aquí, otros no menos significativos acaecidos en toda Polonia. Dio la casualidad que, sin mediar comunicación alguna, ambos decidimos enfrentarnos a estas páginas.

       Es una compilación de relatos donde Nałkowska, miembro de la Comisión de Investigación de los Crímenes Hitlerianos que, en 1946, se ocupó en señalar lo sucedido durante el nazismo y acusar a los responsables, destaca aquellos que resultan sobresalientes. Así, repasa algunas historias de los sobrevivientes y de quienes tuvieron algún rol que cumplir en la maquinaria de la solución final –forma eufemística del genocidio- de millones de judíos.

            Un médico encargado de hacer jabón con la grasa de los cadáveres; la tortura y el hacinamiento de una madre y su hija; las atrocidades perpetradas en los guetos polacos; el abandono de un herido al fugarse –pues ayudarlo acarreaba el fusilamiento-; el permanecer durante todo un día de pie en medio de un frío glacial; los ultrajes que debieron soportar las prisioneras; los condenados que cavaban las fosas para los cadáveres gaseados o guillotinados; el destino de los niños y ancianos a la cámara de gas, son parte de esta obra testimonial, en la que se narra toda una colección de horrores que ha tenido como fin último el exterminio de una raza.

         Con poco menos de un ciento de páginas, esta obra rescata del olvido y la aquiescencia un cúmulo de vivencias que espeluznan, de modo que las historias resultan difíciles de transitar. Varias veces he tenido que detenerme en su lectura; la profundidad del horror narrado así lo requería. Es doloroso tomar conciencia que tales abyecciones fueron infligidas por unos seres humanos a otros, cuando sabemos que los propios animales –sin el dilatado ejercicio de la razón- no serían capaces de hacerlo entre ellos mismos.

        Conciso y directo, sin veleidades literarias y con mucho de entrevista periodística, la autora expone un abanico de acciones inhumanas perpetradas sobre el pueblo judío, en su mayoría de origen polaco –pues allí se concentraba la mayor colectividad europea-. Un libro duro, difícil de asimilar, no apto para lectores impresionables.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Conjeturas. La desaparición de Majorana, Leonardo Sciascia


Tusquets, 2007

         Hubo una experiencia previa con Sciascia, que derivó en este volumen. El anterior se trataba de una novela policial; éste, se remite a una suerte de investigación periodística acerca del eminente físico italiano Ettore Majorana, desaparecido en circunstancias que aun hoy se desconocen un día de marzo de 1938. En este aspecto, se podría decir que es más un intento de interpretar lo ocurrido que una novela en sí misma.

            Majorana se embarca una noche en Nápoles y desaparece sin dejar rastros. Tan solo quedan un par de cartas: una, a su familia, donde sugiere que no se guarde más que el luto necesario de tres días; la otra, a Carrelli, director del Instituto de Física donde trabajaba, avisándole de su decisión de desaparecer.

         Además de la recopilación de información sobre Majorana y su desaparición, Sciascia se las ingenia para describirnos, en algo más que un ciento de páginas, la naturaleza taciturna y tímida del protagonista, su talento innato para formular teorías físicas –entre ellas, la estructura del átomo, antes que lo divulgara Heisenberg-, sus vínculos con Enrico Fermi y el fascismo italiano y su relación con su madre y el resto de la familia.

            Lo que destaca en el texto es una hipótesis más que arriesgada: al descubrir Majorana el poder de destrucción que podría obtenerse si alguien decidiera extraer energía a partir de los estudios atómicos que signaron toda su vida, él mismo, debido a su carácter sensible e introspectivo, decidió alejarse del medio que lo rodeaba, para no tener que enfrentarse en breve –la Segunda Guerra Mundial que estallaría al poco- a la disyuntiva de aportar o no sus conocimientos con fines bélicos –como sí lo tuvo que hacer Robert Oppenheimer, director del Proyecto Manhattan, creador de la bomba atómica-. Para ello, se habría encerrado en un convento. Todo esto no resulta más que conjeturas; pero conjeturas con bastante fundamento.

          Con una serie de testimonios de los miembros más allegados, las cartas a su familia y una serie de reflexiones sobre las posibles derivaciones en base al perfil psicológico de Majorana, Sciascia repasa no sólo sus aciertos en el campo de la Física sino también sus probables meditaciones que bordean la filosofía y la ética. 

            En base a acertadas notas al pie, un lenguaje coloquial y un estilo fluido, el narrador nos propone una meditación sobre la ciencia y el poder; cómo ambos pueden convivir y qué hacer cuando éste intenta servirse de aquella con fines destructivos. Por lo demás, un libro breve y fecundo.

viernes, 19 de septiembre de 2014

En busca del tiempo perdido. 3. Del lado de Guermantes, Marcel Proust


Losada, 2008

            Este tercer volumen de la saga también posee una extensión mayor al precedente y continúa narrado en primera persona como los dos anteriores. En esta oportunidad, el texto se divide en dos segmentos; el primero, que ocupa más de una tercera parte, recibe sólo un número, I, y el segundo, II, se subdivide a su vez en Capítulo Primero y Capítulo Segundo.

          Todo el libro aborda el tema de los salones de la aristocracia cortesana de la Francia de fines del siglo XIX y las características particulares de las presentaciones en sociedad, las conversaciones que tenían lugar y cómo ese entorno social se prestaba a la proliferación de arribistas, advenedizos y adulones que, con tal de obtener beneficios de renombre, figuración y dinero, no escatimaban esfuerzos para ingresar en estos círculos, privilegiados por la posesión y la ascendencia. El título refiere a la casa de Guermantes, ducado en el que tienen lugar los acontecimientos, en oposición a Méséglise, en los que se desarrollaban los sucesos de Swann del primer volumen –por una puerta de la casa de la abuela en Combray se iba a Méséglise, pasando por delante de la casa de Swann (de allí el título); por la otra, se dirigía a Guermantes-.


I
          
          En esta primera parte, el narrador y protagonista nos relata su enamoramiento de la duquesa de Guermantes, Oriane, pariente de su amigo, el marqués Robert de Saint-Loup, con quien mantiene el vínculo, aunque más espaciado debido a la profesión militar de éste, que lo aleja geográficamente de él. La necesidad de allegarse a ella, brinda toda una gama de subterfugios realizados en pos de encontrarla cada día, convirtiéndose en poco menos que una obsesión. Además, abunda en digresiones, haciéndonos conocer su opinión personal acerca de la sordera, la estrategia militar y otros tópicos –entre los que destacan las repercusiones del caso Dreyfus- que obran fugazmente, sin perder la ilación del relato principal.


II

Capítulo Primero

           En este breve apartado se aborda la enfermedad y posterior muerte de su abuela, por quien el protagonista siente verdadero apego. Por la propia temática, como de paso, se muestra la charlatanería de muchos ‘médicos’ reconocidos, que intentan curar de palabra a la pobre mujer y cómo se arbitraban los mecanismos para su sepelio. El dolor familiar, el agotamiento que supone el cuidado de un enfermo terminal y las reflexiones que provoca la presencia de la muerte son el nervio central de este segmento de no más de cuarenta páginas.


Capítulo Segundo

            Este capítulo se inicia con el regreso fugaz de Albertine Simonet, con quien mantuvo un cierto ‘affaire’ en el libro anterior situado en el recreo de Balbec. Lo que no pudo obtener de ella en esa oportunidad, se le ofrece en ésta. Perdido su amor por la duquesa de Guermantes, se embarca en otra aventura amorosa, que resulta frustrada por falta de encuentro con ella. Lo que sigue es una descripción entre sarcástica y mordaz de los pormenores que se viven en el entorno de una aristocracia que ha sufrido la pérdida del relumbre y cuyos representantes sufren la delicuescencia de no ser más que simples mortales, con aires de grandeza que otrora revistieron sus antepasados, ésos que no se cansan de exhibir en cual ocasión amerite, pero que, para nuestro observador, no dejan de ser aburridos y sin matices; palurdos.


         En principio, el episodio inicial deja bien en claro que el amor profesado a la duquesa tiene más que ver con lo que ella representa –acceso a la aristocracia y al gran mundo de relaciones sociales- que con su persona. Y al meditar sobre lo que los vocablos simbolizan en nuestra mente infantil, nos allega con qué rapidez esa fantasía se transforma en desencanto cuando un ideal que se estimaba inalcanzable, se reviste con el ropaje de lo cotidiano.

            Por otra parte, la segunda mitad que transcurre en esos ‘salones’ aportan una galería de chismes, envidias, celos, bajezas y cotilleos que sólo denotan la mediocridad de los personajes que asisten a ellos. Particularmente, la mirada está centrada en el entorno social de madame y monsieur de Guermantes, quienes simbolizan esa sociedad ampulosa y pomposa en sus maneras, pero con estrechez de miras y egoísmos de clase.

          Finalmente, es ese tiempo que se fue y que ya no se puede recuperar –ese ‘tiempo perdido’- el que añora Proust y el que intenta rescatar de ese pasado, con más gloria que este presente abúlico y decadente en el que nada bueno se puede obtener de aquellos que, habiendo heredado una posición y un buen nombre, no se hallan a la altura de lo que la propia Historia requiere de ellos, disolviéndose en una vida pasatista y sin objetivos.

         Fluido y coloquial, por momentos se torna pesado y reiterativo, mas algunas de las imágenes que se describen no tienen desperdicio.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Estética del horror. Estrella distante, Roberto Bolaño


Anagrama, 2012

          La primera versión de este libro me llegó vía correo electrónico, como respuesta a la pregunta que le formulara a Francesc Bon respecto de dónde comenzar con Bolaño; justamente a él, fanático de sus letras. No me alcanzó con la gentileza virtual del devoto seguidor; si bien inicié su lectura a través de la pantalla, quise hacerme de un ejemplar para que me acompañara en mi diario deambular.

            Alberto Ruiz – Tagle era un joven seductor, quien solía frecuentar la bohemia de los talleres literarios y conquistaba con sus dotes de poeta, siempre medido y algo distante, en Concepción, Chile, durante los años previos al golpe que depusiera a Salvador Allende. Lo que nadie podía suponer en ese entonces era que él y Carlos Wieder, el piloto perteneciente a la Fuerza Aérea –que habría de conducir a muchas mujeres a la desaparición, tortura y muerte- eran una misma y única persona.

           Pero lo más terrible es que Wieder poseía una pasión por la estética, capaz de llevarlo a escribir con humo blanco –en latín- mensajes bíblicos en el cielo, o exponer en fotografías restos de esas mujeres que fueran mutiladas con la finalidad de ser presentadas como objetos de apreciación artística. Un sentido de la belleza rayano en la locura, fortalecido con la impunidad que otorga el pertenecer a los reaccionarios vencedores.

            Con presencia de un narrador que relata lo acontecido a tan nefasto personaje, Bolaño se las ingenia para componer a partir de la violencia, el absurdo y el horror una historia grotesca pero creíble de un asesino sin otra patria que su placer por la muerte, en todas sus facetas.

          En estilo coloquial, valiéndose de otras obras literarias y siguiendo el curso de la historia chilena, quizás la fuerza del texto radique más en la forma en que se narra que en las acciones propias de la trama. Haciendo uso de frases rotundas y breves, silencios y alusiones elípticas, Bolaño halla el tempo apropiado para construir imágenes destinadas a resaltar la forma sobre el fondo, en medio de la sordidez de un mundo que se desmorona.

          No es una obra cumbre, pero guarda elementos de una prosa que mucho le debe a la poesía y que permite que el libro fluya, aun en las escenas más álgidas. Sin dudas, un título por dónde abordar al escritor chileno.

martes, 9 de septiembre de 2014

Versión Original 6. La Casa de los Siete Tejados, Nathaniel Hawthorne


Cátedra, 1983


          Aparecida hace más de tres años en otro espacio, esta reseña refiere a un libro que yo he valorado mucho al pasar el tiempo y otros textos. No se si hoy suscribiría parte de estas líneas, pero he decidido mantenerlas para ser fiel al propósito de respetar las impresiones extraídas al concluir la lectura.


          Fue una de esas amables coincidencias la que me condujo a él. Resulta que un amigo lector nombró una de las obras de Hawthorne, editada en nuestra lengua por una reconocida casa catalana, cuyo costo excedía lo sidéreo. Al ir en busca de un texto de Bowles o de Berger -no recuerdo bien- en una tienda de libros usados, me topé con éste a un precio mucho más que accesible y lo llevé. Lejos estaba de saber que esta edición se hallaba agotada en las librerías locales aunque, por fortuna, hoy puede encontrarse el título bajo otro sello. Esperó pacientemente su oportunidad y aquí está.

            La historia combina un delito de usurpación, con una maldición que se propaga a través de las generaciones. Comienza a mediados del siglo XVII con la disputa por un terreno en Nueva Inglaterra que pertenecía a Matthew Maule del que es despojado solapadamente por el coronel Pyncheon y en el cual éste funda su propia estirpe. Acusado de brujería y colgado en Salem, el primero maldice al último, y es esta imprecación la que se va transmitiendo cual herencia genética, a lo largo de doscientos años.

            Ambientada en una época cercana a 1850, Hawthorne compone un relato donde lo único que permanece en el tiempo –y es el núcleo de lo que acontece en la narración- es esa vieja casona construida por el coronel, con sus siete habitaciones, una chimenea central ubicada en la sala principal, que se convierte en el centro de la casa, y en la que cuelga un retrato de quien la fundara.

          Pero no es solo la historia de dos familias sino también, en gran medida, la de la emancipación americana, donde el litigio territorial representa la lucha entre el colono, que se gana la tierra trabajándola, y la madre patria, que otorga sus tierras a quienes la apoyan. Plena de simbolismos, encontramos tres figuras femeninas –que responden a sendas imágenes temporales- y una galería de personajes secundarios que, en ese transcurrir, sostienen la indispensable veracidad de los sucesos, a la vez que fortalecen la trama. Además, no está exento el carácter religioso de la lucha. Siendo uno de los motivos por el que muchos ingleses abandonaran sus lugares de origen, la novela detalla la mirada de una mayoría puritana acerca de su sociedad.

         En un estilo fluido y coloquial, Hawthorne nos provee de un narrador que, por momentos, sólo es un espectador; en otros, toma el curso principal del relato con el fin de hacernos reflexionar acerca de los acontecimientos que han tenido lugar y disparar los nuevos. Es de recordar que la historia con fantasmas y “brujos” -aunque sólo sean talentos hipnóticos- han sido siempre del agrado del público anglosajón.

        La necesidad de integrar las visiones desemboca en una –si se quiere, trivial- historia de amor que se vuelve capaz de unir ambos opuestos, como síntesis del pasado, dando lugar a un futuro promisorio que deje atrás las disputas y permita el desarrollo de una sociedad basada en la equidad, la democracia y ese “destino manifiesto” que tanto se nos ha hecho conocer.
         
         La presente edición consta de un análisis que resulta excelente guía interpretativa, aunque sugiero leerlo a posteriori. Es un buen libro, en el que la historia atrapa gran parte del tiempo, pero tiende a caer en un costado sensiblero y romanticón hacia el final, fruto –pareciera- de la necesidad de darle cauce a una esperanza en el porvenir, tanto como de agradar al gran público.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Crecer en medio de la estepa y la taiga. Cielo azul, Galsan Tschinag


Siruela, 1995

            Quien se quedó con él fue mi costado de border literario; ése que se desplaza bien en finas cornisas en medio de la altura o sobre cables extensos bien tendidos. Una suerte de equilibrista natural, capaz de enfrentar textos a los que no muchos acceden o, peor, que ni siquiera les llama la atención. Pero, ¿no habría nada interesante en el testimonio de un mongol? Supuse que sí. Esto es lo que hay.

            Dshurukuvaa –el propio Galsan-, hijo de Schynykbai, es el menor de ellos y narra sus peripecias de crecer en el oeste de Mongolia, en tierra Tuva, a mediados de los años ’50 del pasado siglo. Sin contar aun con ocho años –edad en que debe abandonar el hogar para ir a la escuela-, Galsan nos participa de todo el acontecer de su familia y sociedad, con dotes de crónica, sin juicios de valor ni sentimentalismos.

            Viviendo en una yurta, sin otros medios que la crianza de corderos, el trabajo de los yak y algunos caballos, la vida se desarrolla de manera habitual entre el collado y las montañas. Su relación con la abuela y sus enseñanzas, una vida en común con la familia y las tareas cotidianas, son parte de este relato de características tan ancestrales que sus integrantes se siguen reconociendo entre ellos por el aroma, contado por un protagonista infantil que dispone de todo el tiempo para aprehender el entorno en el que vive y sacar sus propias conclusiones.


Imagen de una yurta mongol

            Su vínculo con los animales –en especial, con su perro-; sus tareas pastoriles y su sistema de creencias, que van quedando atrás al crecer, se acompañan de descripciones de una vida rústica, sin matices y cuya única aspiración parece ser aumentar el rebaño y luchar contra el clima hostil, en medio de un paraje que alterna entre la taiga y la estepa siberiana. 

           Entre conmovedor y vivencial, el libro ofrece un buen testimonio de vida en esas latitudes tan desoladas. Fluido, ameno y coloquial, sus pocas páginas revelan tanta ternura como resistencia ante la adversidad climática y la incorporación al sistema soviético de trabajo. Un libro que viene de muy lejos, pero se queda cerca del corazón.