Salamandra, 2009
Lo
encontré en la blogosfera y lo apunté porque había conmovido hasta las lágrimas
al autor de la reseña en varios pasajes de su lectura. Como yo había vivido una
situación semejante a una edad próxima a la de la protagonista, me picó la
curiosidad de ver cómo trataba la autora un tema que aun después de tantos años
me sigue resultando espinoso.
Tessa Scott tiene dieciséis años,
está enferma de leucemia y se le ha notificado su estado terminal. Lo que sigue
es una narración en primera persona de lo que ha de ocurrirle a lo largo de sus
últimos meses en esta tierra, con sus anhelos, sus sueños, su apropiación de la
enfermedad y de los flashes que han de signar su camino hacia la muerte.
Con enorme consciencia de su
destino, Tessa establece una lista de diez cosas que querría hacer antes de
partir; entre ellas se cuentan tener sexo, infringir leyes, ingerir drogas, conducir
sin licencia y otras del mismo tenor, que irá cumpliendo en la medida de sus
posibilidades. Con un padre que ha renunciado a su trabajo por atenderla, una
madre otrora ausente pero presente en estas circunstancias, un hermano más
pequeño, una amiga compinche y un vecino que termina convirtiéndose en pareja,
Downham construye un relato sobre la familia, el amor y la amistad que, por
momentos, parece indisoluble aun cuando su personaje principal se ausente.
De estilo ameno y fluido, la novela expone
la entretela de quien asume su próxima partida y decide vivir intensamente los
momentos que le quedan, sin respetar leyes ni códigos, con la impunidad que
brinda el estar más allá de la sanción, si cabe. Enfocada siempre desde la
perspectiva de su protagonista, la autora nos va haciendo conocer lo que
acontece con ella y su entorno en el tránsito hacia su final. Amores, desencuentros,
descubrimientos, ternuras y un sinfín de imágenes se agolpan, alternando
emotividad y buen humor. Hacia el final, se vuelve sensiblero y lagrimoso,
entendible en el contexto, sin excusa para tildarlo de algo superficial y
empático. Debe ser que la narración del dolor nunca se siente como el dolor
mismo. Por lo demás, un trabajo sólido, bien compuesto, aunque de una tristeza
sin esperanzas. Tessa encarna una partida digna.
Un último párrafo para el final del
libro. La autora agradece a sus compañeros del Proyecto Literario –léase ‘taller’-
con quien ha compartido la tarea de escribir, por su apoyo y aliento. Debo confesar
que no creo mucho en ellos, y si bien les reconozco que han sido y son de gran
ayuda a muchos noveles escritores, lo cierto es que sospecho que el negocio
editorial ronda como ave rapaz nocturna en busca de nuevas presas conque
ensanchar el mercado, intentando descubrir ‘nuevos autores’ con los que hacer
pingües ganancias, proponiendo temas on
demand o de diseño gourmet. Por
supuesto que algunos de los que participan en ellos asisten justamente por eso,
para poder ser parte del mismo –aunque imagino que son los menos-. Pero para
quien suscribe, el talento narrativo o ficcional es innato –si no, Matthew G.
Lewis no habría podido escribir a sus diecinueve años y en solo diez semanas
esa belleza de libro llamado ‘El monje’-; lo que sí puede pulirse es el estilo.
Valgan estas líneas, entonces, como explicación de mi escepticismo ante este tipo
de libros y autores.